Ambas sustancias interactúan con el sistema endocannabinoide, pero con efectos complementarios que pueden influir en la intensidad y calidad de la experiencia. En general, esta combinación es segura para la mayoría de las personas, pero ciertos factores deben considerarse.
Efectos cruzados: El CBD puede moderar los efectos del THC, haciéndolos más manejables y reduciendo la probabilidad de efectos negativos como ansiedad o paranoia.
Riesgo psicológico: En personas sensibles al THC, el CBD puede ayudar a reducir la ansiedad y los pensamientos acelerados, haciendo que la experiencia sea más relajante. Sin embargo, el CBD no anula completamente los efectos psicoactivos del THC, por lo que en dosis altas de cannabis, aún pueden surgir efectos psicológicos negativos.
Impacto físico: El cannabis puede causar efectos secundarios como sequedad bucal, ojos rojos o aumento de la frecuencia cardíaca. El CBD no intensifica estos efectos y podría incluso mitigarlos ligeramente. Ambas sustancias tienen propiedades relajantes, lo que puede causar somnolencia o fatiga en algunas personas.
Sinergia terapéutica: El CBD y el THC juntos tienen un efecto conocido como efecto séquito, en el cual los compuestos trabajan en conjunto para potenciar los beneficios terapéuticos, como el alivio del dolor, la reducción de la inflamación y la disminución de la ansiedad.
Uso recreativo: En contextos recreativos, el CBD puede hacer que la experiencia con cannabis sea más manejable, especialmente para usuarios novatos o sensibles al THC. Sin embargo, consumir cantidades muy altas de THC puede superar la capacidad del CBD para moderar sus efectos.
Dosis y proporción: Una mayor proporción de CBD en relación al THC (como en variedades de cannabis con alto CBD y bajo THC) suele ser más relajante y menos psicoactiva, ideal para quienes buscan beneficios sin un “subidón” intenso.