Efectos contradictorios en el SNC: Las betacarbolinas pueden actuar como estimulantes o psicodélicos, mientras que el alcohol es un depresor. Esta combinación puede causar confusión, mareos, y falta de coordinación, aumentando el riesgo de accidentes y comportamientos impulsivos.
Aumento del riesgo de náuseas y vómitos: Ambas sustancias pueden irritar el tracto gastrointestinal. Su combinación puede intensificar este efecto, especialmente si las betacarbolinas se consumen en forma de infusiones o preparados crudos.
Potencial de crisis hipertensiva: El alcohol puede contener tiramina en pequeñas cantidades (particularmente en vinos o cervezas). Las betacarbolinas, al ser IMAO-A, pueden impedir la descomposición de la tiramina, lo que podría desencadenar una crisis hipertensiva con síntomas como dolor de cabeza severo, presión arterial elevada y palpitaciones.
Mayor riesgo de toxicidad hepática: Las betacarbolinas y el alcohol requieren metabolismo hepático. Su combinación puede sobrecargar el hígado, aumentando el riesgo de daño hepático, especialmente en consumidores habituales o con predisposición a enfermedades hepáticas.
Interferencia en la experiencia psicodélica: Si las betacarbolinas se usan con fines psicodélicos (como en preparaciones de ayahuasca), el alcohol puede reducir o alterar significativamente los efectos esperados, causando confusión o experiencias desagradables.