Efectos opuestos en el sistema nervioso central: Las benzodiacepinas son depresores, mientras que la ibogaína tiene propiedades estimulantes y psicodélicas. Esto puede causar efectos contradictorios, dificultando predecir cómo reaccionará el organismo.
En algunos casos, las benzodiacepinas pueden atenuar la intensidad de la experiencia psicodélica de la ibogaína, lo que podría interferir en su propósito terapéutico.
Riesgo de complicaciones cardiovasculares: La ibogaína puede prolongar el intervalo QT y provocar arritmias, mientras que las benzodiacepinas, aunque suelen ser neutras para el corazón, pueden contribuir a una reducción de la presión arterial o una respuesta cardiovascular inadecuada en combinación con la ibogaína.
Sobrecarga del hígado: Ambas sustancias son metabolizadas principalmente en el hígado (por enzimas como el CYP3A4). El uso conjunto podría aumentar la carga hepática y el riesgo de efectos secundarios.
Interferencia con el efecto terapéutico: Si se usa la ibogaína con fines terapéuticos (por ejemplo, para tratar adicciones), las benzodiacepinas pueden reducir su efectividad al suprimir parcialmente la experiencia introspectiva y los efectos neuroadaptativos.
Uso como medida de seguridad: En algunos casos clínicos, se han administrado benzodiacepinas para controlar efectos secundarios graves de la ibogaína, como ansiedad extrema, convulsiones o arritmias. Sin embargo, esto debe hacerse exclusivamente bajo supervisión médica.